La obra reciente de Didier explora las posibilidades del color para recrear un universo de imágenes en las que la cotidianidad y las estampas del día a día son las protagonistas. Desde composiciones plagadas de individuos anónimos caminando en el espacio al rostro sereno de una mujer que interpela al espectador. El color juega un papel de mestizaje, es un impulso colorista que hace que las figuras sean de aquí y de allá y que transmitan el todo de la humanidad, cuando nadie es reconocible y al mismo tiempo todos somos semejantes.
En esta línea de exploración de las costumbres humanas, Didier ha dedicado algunas de sus piezas a representar escenas de la vida cotidiana. A modo de viñetas historiadas, sin perder su toque de ingenuidad e inocencia, el artista recopila escenas universales en las que todos podemos vernos reflejados y en las que se tratan temas como la convivencia, la soledad o la intimidad.
Al mismo tiempo, este último trabajo del autor recupera alguno de sus motivos más icónicos, pero abordándolos desde la influencia de sus experiencias más recientes. De ese modo, los rostros que tanto caracterizan su obra aparecen repletos de color, fragmentados en crisoles de tonos azules y rojos que proyectan una gran luminosidad a sus piezas. Una serie que transmite una sincera vitalidad.